Parecidos razonables.
Las acuarelas que hoy os traigo deben ser del 2010. No estoy seguro, porque las hice como distracción dentro de otra tarea de mayor envergadura. Es más, estoy seguro que su fin hubiera sido darles un tratamiento con parafina, porque me hallaba en estas labores cuando las pinté. El caso es que las miro y las láminas de Rorschach hacen presencia.
Estos papelitos de 9×5 cm se quedaron en la caja de lata donde guardo mis miniaturas. Sí, de donde han salido ya tantas cosas, como el “cuaderno de apuntes”, “las flores azules”, «el tesauro para mirar en soledad”, mi “pequeño homenaje a Chillida” o la “rara especie”; y si miro al fondo de la lata, aún quedan más ejercicios que indican otros caminos por recorrer.
Miro las acuarelas que os muestro en la galería de imágenes y, en la distancia, las asocio claramente a las láminas del test de Rorschach. Supongo que se trata de una asociación lógica dada mi formación en psicología. Lo curioso es que me recuerden al test y no emerjan en mí las propiedades proyectivas adjudicadas al mismo. Si fuera así, hoy me daría el tema para una enorme interpretación introspectiva y delirante.
La láminas del Test de Rorschach (1921) son manchas de tinta no figurativas y simétricas, logradas al doblar por la mitad el papel en el que se han realizado aún con la tinta fresca. Su carácter abstracto da lugar a distintas respuestas en la persona, a partir de las que el terapeuta, apoyado por estudios anteriores, desarrolla hipótesis de trabajo. Disculpadme por mi poco rigor científico, pero es que el post va de otra cosa.
Si comparamos esto con el acto de contemplar arte abstracto, las reacciones del que mira no son tan distintas a las del paciente evaluado. Necesitamos comprender lo que allí se nos muestra y el poder evocador de las imágenes nos transporta, hasta sin querer, a los lugares más recónditos de nuestro interior o simplemente asociamos lo que vemos con cosas ya conocidas. Parece que sólo así nos quedamos tranquilos, cuando somos capaces de decir con palabras “esto es tal o cual cosa”.
Para mí, el placer está en la mancha, en el no querer comprender, en lo inquietante de la relación con su poder evocador y la lucha por romperlo y quedarme suspendido en el recuerdo de su misterio. Un recuerdo que te atrapa a veces durante tantos años que hasta llegas a tergiversar tu memoria y crear, a partir de él, otros bellos monstruos que lograrán, a su vez y con suerte, asaltar la memoria de otras personas y así hasta el infinito.
Este juego, como a mí me ha pasado con estas acuarelas, tiene su recorrido inverso: el de buscar las huellas, pero sin pararse a entender los motivos, sino captar las improntas que atraparon a otros anteriores a ti y por ello, gracias a estos dulces accidentes, nuestra mano y nuestro cerebro se alían en el proceso creativo y logran (o no) impactar otra vez en el que mira, observa y escucha sin prejuicios.
Otro post relacionado sobre asociaciones: El perro de Goya.
me gustó y me enriquece!
En general Uds. los artistas tienen al lado de sus obras una expresión en palabras, tan rica como la obra en sí misma. Al menos es lo que a mi me ocurre con las exposiciones que me atraen.
Y, me parece que además del misterio (no buscar motivos) al que aludís, tambien hay una busqueda de identidad totalmente individual, a partir de lo sensorial (las huellas).
Gracias Adriana. Tus palabras son muy agradables y bienvenidas. En cuanto a la búsqueda de identidad, supongo que, como autor, sería muy difícil escapar a esa búsqueda. Saludos.